Castillo de Pedraza (Segovia)

 El castillo de Pedraza se encuentra en la cuna que vio nacer al Emperador Trajano, en la antigua Meterosa nombrada ya por Tolomeo. Está situado en una gran explanada, del que únicamente se conservan los altos muros y otros contados restos, así como la Torre del Homenaje, de tres plantas y forma cuadrada.

El pintor Ignacio Zuloaga tuvo su estudio en la torre del homenaje de este castillo y hoy es propiedad de los descendientes del pintor, del que se conservan algunas obras en este torreón.  

El castillo fue construido entre los siglos XIV y XVI. Perteneció a las familias Herrera y Fernández de Velasco (duques de Frías y condestables de Castilla). En 1529 los hijos del rey de Francia, Francisco I, fueron rehenes en este castillo.

Cuenta la leyenda que había una bella plebeya llamada Elvira que compartía amores con un muchacho de su misma condición llamado Roberto. Pero don Sancho de Ribaura, señor del castillo, embelesado por la belleza de Elvira la desposó, hundiendo a los amantes en la desesperación. Tanto es así que Roberto ingresó en un convento intentando olvidarla.

Tiempo después quiso el destino que don Sancho tuviera que partir hacia la guerra y para ello se reclamó en el castillo al nuevo capellán que no era otro que Roberto.

A su vuelta de la guerra, el Señor se enteró de la (supuesta) relación entre su esposa y el monje, por lo que planeó su venganza. Al día siguiente se celebraría una gran cena a la que estaban invitados todos los nobles del reino.  Don Sancho presidía la mesa e hizo sentar junto a él, uno a cada lado, al capellán y a doña Elvira. Al final de la cena, con la copa en la mano  anunció a todos los invitados que iba a otorgar un merecido premio  a aquel que había prestado un importante servicio al castillo durante su ausencia. Y mientras miraba fijamente al capellán dijo con voz solemne dirigiéndose a él: “Una corona bendita y consagrada lleva sobre la cabeza como insignia de honradez, virtud y santidad. Yo le pondré otra que si no tan divina será al menos tan duradera”. Y haciendo una señal, se acercaron dos vasallos vestidos con brillantes armaduras portando en una bandeja de plata una corona de hierro, cuya parte inferior estaba formada por afiladas puntas enrojecidas al fuego. Don Sancho, poniéndose unos guantes de acero, tomó la corona y la colocó con fuerza sobre la cabeza del capellán mientras le decía: “En recompensa por tus servicios”.

Roberto, tras agónicos gritos de dolor cayó al suelo. Se dirigió entonces don Sancho hacia su esposa, pero ésta había desaparecido. Salió en su busca y la encontró en sus aposentos, sobre la cama y con el corazón traspasado por una daga. De repente, el castillo se ve envuelto en llamas lo que hace que todos los invitados huyan aterrorizados en todas direcciones. Sus gritos  llenan la noche mientras el castillo es pasto de las llamas, cuyo resplandor se podían ver desde la distancia. Nada quedó en el castillo. Tan solo los cadáveres calcinados de los dos amantes. De don Sancho nunca nada más se supo. Algunos aseguraron que le vieron caminar errante con la mirada perdida y sin rumbo fijo.




































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